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Y así empezó todo...

 Finalizada la Primera Gran Guerra, allá por el año 1918 y casi a modo de celebrac​ión, se fundaba en la villa asturiana de Salas La Casa del Profesor, un restaurante café de la época, lugar de tertulia y entretenimiento. El establecimiento vivió su época más dorada habiéndolo regentado el singular e irrepetible Falín, antiguo funerario y corresponsal de prensa que en su época de profesor de música armonizó a todo el contorno desde tan ilustre local.

 

 En las tardes de reunión y para los clientes habituales, La Casa del Profesor elaboraba unas pastas de avellana que hacían muy amenos aquellos cafés de invierno. Por aquel entonces, ya habían regresado algunos emigrantes, de los que habían hecho las Américas, que de vuelta a su pueblo natal y convertidos en indianos frecuentaban el local. Sin acertar a poner nombre a tan deliciosas pastas, y haciendo uso de un apelativo sudamericano uno de ellos decía a Falín: "¡Dame un carajo de esos!" y el hombre -y también el nombre- se fueron quedando. Pasaron muchos años antes de poder registrar este tan rico vocablo que en su época fue tachado de inmoral.

 

 

 El proceso de elaboración del "carajito" era lento y requería esfuerzo. Se escogía la avellana una a una, se trituraba en un rústico mortero de madera y se machacaba con un pesado mazo de hierro; entonces se elaboraba en pequeñas cantidades y casi siempre era para los parroquianos. Después de aquella nochevieja de 1976 en que se cerró el primer y tan ilustre lugar del "carajito" la tradición continúa con la cuarta generación de descendientes en los nombres de Carmen y Teresa, que regentan la confitería de Salas guardando celosamente la fórmula maestra.

 

 El "carajito" ha sido copiado hasta la saciedad aunque la calidad de la materia prima que se emplea en la casa original los hace incomparables.

 

4 generaciones creando Los Carajitos
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